Entre las diversas
tradiciones cristianas no hay ninguna que esté mejor estructurada y que cuente
con mayor cantidad de miembros que la Católica Romana.
El episcopado monárquico y la cabeza de ese episcopado en el obispo de Roma con
un poder absoluto unido a la veneración a su persona que se ha ido incrementando
en los últimos 300 años ha hecho de esta confesión cristiana una institución
visiblemente fuerte y homogénea hasta hace muy poco tiempo.
Hoy día la Iglesia Católica Romana está
sufriendo algo que ella misma criticó como arma apologética de la Iglesias reformadas: la
fragmentación. El poder magisterial del Papa ya no es capaz de coartar la
libertad de interpretación y de pensamiento de muchos católicos. Pero por otro
lado, también se está dando lo contrario; es decir, en nuestro mundo, en que
estamos viviendo un cambio radical de paradigma con la inseguridad que esto
conlleva, está haciendo que masas débiles que se encuentran perdidos y llenos de
miedo ante los cambios vuelvan aponer su libertad en manos de una jerarquía
religiosa que basa su poder en los elementos principales de una sociedad
premoderna que agoniza.
Entre los grandes
cambios que está sufriendo el mundo Occidental, la Iglesia católica, y, el
Papa concretamente, ha declarado una lucha contra la ampliación de derechos
civiles de las personas homosexuales. El matrimonio homosexual es no sólo una
herida mortal al patriarcado, que es una de las fuentes de poder del
cristianismo tradicional, sino sobretodo un cambio radical en la concepción de
la persona humana y de la supuesta ley natural, de la que el magisterio se cree
su auténtico intérprete.
Por eso las personas LGTB católicas, que por el
gran número de fieles que tiene la
Iglesia católica son también mayoría, están sufriendo esta
misma fragmentación. Por un lado están las personas que tienen un miedo
profundo a asumir su diversidad sexual y los contratiempos sociales que esto
supondría y se amparan en la tradición teológica que sostiene la jerarquía para
no tener que asumir su sexualidad, aunque a costa de destruir sus vidas y su
felicidad. Pero por otro lado tenemos a muchos homosexuales LGTB que
sintiéndose miembros de la
Iglesia católica considera correcto y querido por Dios el ejercicio de su
sexualidad. Surge aquí el conflicto que se da entre pertenencia a la Iglesia católica o
abandono. Entre mantener la comunión o pasar a una situación de rechazo o de
ruptura con la jerarquía católica. Por otro lado, estas personas no sólo tienen
que contar con el rechazo de la jerarquía y de muchos de sus hermanos
católicos, sino también de otros cristianos y no creyentes que descargan contra
ellos la rabia y el rechazo de la jerarquía católica. Ambos problemas quiero
abordarlos en una serie de artículos en los que quiero lanzar un mensaje de
ánimo a otros hermanos católicos como yo que quieren vivir su fe cristiana
gozosamente en la Iglesia
y la tradición católica de la que nos sentimos hijos también queridos a pesar
de los pesares.
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