miércoles, 16 de septiembre de 2015

Homosexualidad, sacramento de tu encuentro con Dios



Un sacramento es un signo sensible –esto es, que se puede ver, oler, oír, palpar, gustar, amar- que expresa –significa- y produce –causa- la gracia, por la propia virtualidad significativa y actuante con que Dios ha querido dotarlo; o sea, no por santidad, calidad o designio humano, sino por voluntad de Dios, que ha querido dotar al signo de su propia presencia operante. Refresquemos la memoria teológica: aunque el cura de Base Bartola (un poner) fuera un bulto con ojos, que ni tuviera fe ni devoción ni caridad, el Señor es más fuerte que su maldad o su frialdad de sapo, y Él opera el milagro de su presencia y de su gracia aun a pesar del reverendo en cuestión. Es decir: sus misas, como las mías, son válidas. Incluso las misas u ordenaciones presididas (¿perpetradas?) por el homófobo cardenal Carles, por Reig y/o similares son válidas, porque Dios ha querido trascender nuestra maldad, o mediocridad. Cada persona es representación del Señor; cada acto de bondad o maldad que hacemos con ella, es más, cada omisión, es para con el Señor. Porque Él nos dejó dicho que lo que hacemos –o no- a uno de nuestros hermanos a Él se lo hacemos (Mt 25, 40.45). 

El prójimo es sacramento de nuestro encuentro con Dios, porque Cristo Jesús es el Sacramento genuino de nuestro encuentro con el Padre. A través del cuerpo de Cristo llegamos a Dios, a través del cuerpo llegamos a Dios. La corporalidad no es carga ni rémora, sino gozo y puerta abierta. Es más, tú, cada uno de nosotros es sacramento del encuentro con Dios, porque tu cuerpo, nuestro cuerpo es templo de Dios, de su Espíritu Santo (1Cor 6, 19). Eres templo, oratorio donde sintonizas con la onda del Espíritu que ora en ti con gemidos inefables (Rm 8, 26); y eres altar donde Cristo se ofrece –por la entrega de su amor- en sacrificio único y eficaz al Padre. Cuando amas eres más consciente de tu carácter sacramental; cuando haces el amor, Cristo está, en ti y en tu acto sexual y afectivo, amando y redimiendo, sacramentando al mundo en tu acto. Eres homosexual, lo cual quiere decir que el Creador ha modelado tus centros afectivos y sexuales, te ha dotado de esa singular capacidad de amar, ser amado/amada, de respirar en Su amor, de transpirarlo, de comunicarlo. Tu homosexualidad es sacramento a través del cual te encuentras con Dios, a través del cual Él ha querido manifestarte su misericordia, su infinita ternura, toda la dulzura de todo un Dios. Eres gay, eres lesbiana por la gracia de Dios, porque Él lo ha deseado y realizado en ti desde antes de los siglos:

“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré, porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo bien que en lo oculto fui formado y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos. Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos!” (Sal 139, 13-17).

Tu orientación sexual, la homosexualidad es sacramento de tu encuentro con Dios. No les hagas caso, da gracias a Dios por ser lesbiana, da gracias a Dios porque eres gay.

"Dios no es homófobo, pero algunas personas religiosas sí lo son, incluso en extremo. En los libros santos de las tres religiones monoteístas –judaísmo, cristianismo, islamismo-, determinadas frases evocan (nótese el verbo: únicamente evocan, no retratan) las relaciones sexuales entre hombres (Lv 18, 22; Rm 1, 27…). Esto es lo que dictaminan los exégetas más solventes. No obstante, numerosos personajes e instituciones religiosos siguen obstinándose en lo que la práctica totalidad de escuelas bíblicas y documentos serios (léase Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, de feliz memoria) hace décadas abandonaron por inexacta e incluso falaz: la lectura e interpretación literal. Así pues, escudados en esta hermenéutica y exégesis fundamentalistas (y deslegitimadas), en realidad no leen la Biblia, sino que la utilizan para legitimar sus posiciones políticas y éticas, y establecen una homofobia fundada no en la verdadera Palabra de Dios, sino en el miedo al otro y, en definitiva, a sí mismos. Numerosas personas homosexuales, hoy día, confesamos nuestra fe en Dios tal como nos ha sido transmitida en las religiones del Libro. Numerosos creyentes judíos, cristianos y musulmanes pensamos –sabemos- que es posible vivir en plenitud nuestra fe en este Dios que nos ha creado gays y lesbianas, en este Dios que nos ha regalado como tesoro nuestra orientación y nuestra vida afectiva y sexual.

Nosotros, pues, mujeres y hombres judíos, cristianos y musulmanes, creemos, pensamos y declaramos que: • La utilización de los Libros Santos para condenar los actos homosexuales entre dos adultos que se aman es indigno del trabajo exegético que no ha cesado de realizarse desde la redacción de estos textos, y que vuelve a retomarse en las realidades culturales y sociales de cada época y tiempo histórico. Actualmente nadie, basándose en las Escrituras, puede justificar, como en otros tiempos, la esclavitud o la subordinación de la mujer al varón. Es el mismo caso de la homofobia. • Cada mujer, cada hombre que se reconoce homosexual vive la experiencia del desfase con respecto a la norma homófoba que se nos quiere imponer desde los Libros Santos; desfase que exige de nosotros caminar ejerciendo el don del discernimiento y tener en cuenta lo que llamamos “revelación progresiva” de Dios a la humanidad. 

Encontramos con gozo las experiencias fundamentales de Abrahán, de Jesús, de Mahoma, que nos hacen sacudir el yugo de la homofobia. • Las religiones que se consideran camino de realización del hombre no pueden ser tales si descartan de su senda a todos los que se salen de la “norma” afectiva y sexual mayoritaria. Los textos sagrados contienen un mensaje universal. Cada conciencia religiosa es el fruto de una búsqueda y tiende hacia una apropiación personal. De este modo, el mensaje religioso no tiene valor sino en la medida en que no desconecta ni se desconecta de los seres humanos. La responsabilidad de las autoridades religiosas es grave: sus posiciones, sus escritos, sus afirmaciones frecuentemente justifican silencios culpables y prácticas homófobas en nombre de –alegan- “justas discriminaciones”. Sobrepasando y extralimitándose largamente en su función, estas autoridades incitan a la sociedad civil a rechazar el reconocimiento de las realidades homosexuales. Esta ingerencia recurrente en la esfera política nos permite presagiar días sombríos para la deseable laicidad. Así, la homofobia que sufrimos, la supuesta incompatibilidad entre religión y homosexualidad, no vienen de parte de Dios, sino de quienes pretenden hablar en Su nombre”.

“Blasfemias dicen ellos contra ti; tus enemigos toman en vano tu nombre” (Sal 139, 20).

Unos grandes amigos franceses me remiten este escrito, preparado y firmado por: François Lutt, presidente de David y Jonatán (acogida cristiana de gays y lesbianas); Joël Behmoras, presidente de Beit Haverim (grupo judío de gays y lesbianas); Caroline Blanco, por Centro de Cristo Libertador, Hermano Jean-Michel, prior de Comunión Betania ; Michel Desroches, de Encuentro Cristiano, de Lille ; Fabrice Lebert, por MCC ; Raphaëlle Lecoq, por Grupo Cristiano LGBTH ; Philippe Potyralla, presidente de Presencia 75 (encuentro de cristianos inclusivos); Padre Marie Bernard, fundador de la Fraternidad Max Jacob; Raanán Gabay, presidente del Congreso Mundial de la organización gay, lesbiana, bisexual y transgénero judía; Muhsin Hendricks, secretario nacional para Francia de The Inner Circle (grupo gay-lésbico musulmán de África del Sur); Rowland Jide Macaulay, secretario general de African Gay Christians. Desde nuestra iglesia católico romana se nos maldice, pero jamás podrán decir en justicia que lo hacen de parte de Dios, porque nuestro Padre, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, es el Señor de todos, sin exclusión ni acepción de personas. Lean, y entérense los enfermos de homofobia. Pidan perdón, pues, hermanos, y acudan al psiquiatra: ustedes pueden curarse. Dios les bendiga a todos. Bendita sea Dios. 

El Papa vendrá a Valencia –días 8 y 9 de julio- a decir contra ti, lesbiana y gay, lo que suele; lo que ayer largó al embajador australiano ante el estado Vaticano; ahí va en italiano (total, en español lo entendemos igual: insulto, despropósito, ingerencia contranatural en los planes de Dios y en la política de estados soberanos): "Le pseudo-forme di matrimonio distorcono il disegno del creatore e minano la verità della natura umana". O sea, que al obispo de Roma le parece muy mal que tú, homosexual, tengas –por derecho divino, y simplemente por derecho- derecho (valga la tridundancia) al amor, y a ver ese amor tuyo legalmente reconocido bajo el título de lo que, hoy, en nuestro ordenamiento jurídico, se denomina matrimonio. Sobre la apertura de esta institución a las personas del mismo sexo, ha advertido Ratzinger a los responsables políticos de Australia que otras formas diferentes de matrimonio (se refiere a chico-chico, chica-chica) "confondono un falso senso di libertà con la vera libertà di scegliere il dono definitivo di un 'si' permanente con il quale gli sposi si promettono reciprocamente" (no te preocupes: en español tampoco lo comprende casi nadie). O sea, que el sí que tu chico y tú os habéis dado no tiene ningún valor, es mentira. Igual ocurre, según BXVI, con el compromiso que tú has establecido con tu chica. ¿Por qué? Porque sois gays. Porque sois lesbianas. No tenéis, para este hombre, razón de existir, sois –somos- un error de la naturaleza (¿de Dios, tal vez? ¿se atreve este Papa a enmendarle la plana al mismísimo Creador?). No le hagáis caso: vosotros y yo sabemos que nuestra homosexualidad, aparte de una orientación sexual perfectamente natural, es sacramento para nuestro encuentro con Dios.

Será digno de ver lo que esa criatura echará por esa boquita en Valencia, durante el encuentro mundial de sus familias. Ratzinger viene para que tú, lesbiana, y tú, gay, te sientas aún más excluido de la comunión con una iglesia que sólo te quiere mudo, invisible, sumiso, un alma extra muros. Alrededor de catorce asociaciones, algunas de ellas cristianas (comunidades eclesiales de base y la corriente Somos Iglesia) han planeado actos pacíficos durante el tiempo que el gran homófobo permanezca en nuestro país. Ellos estarán haciendo algo serio, mientras él nos flagela, como a Cristo antes de la crucifixión.

No le hagáis caso, no le hagamos caso, pues sabemos que el Señor de la Iglesia nos acoge a todos por igual, porque Él no hace acepción de personas, porque para su misericordioso Corazón todos somos hijos suyos (Hech 10, 34; Rm 2, 11; Gal 2, 6; Ef 6, 9). “A mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame profano o impuro” (Hech 10, 28), y “lo que Dios limpió, no lo llames inmundo” (Hech 10, 15). ¿Quién o qué le ha podido inspirar al gran homófobo su impío discurso? No ha podido ser el Espíritu Santo, pues sus frutos no son los que se desgranan en sus andanadas homófobas. Muy otros son los frutos del Espíritu (Gal 5, 22).

Ayer, en Misa, podíamos disfrutar de la Palabra acogedora, inclusiva de nuestro Señor, en la primera lectura, tomada de Hechos. Una palabra que nos ilumina y aclara muchas cosas, dando sentido a nuestros porqués: 

“¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (Hech 15, 10).

Buena pregunta. Tentar a Dios imponiendo a sus hijos cargas por llevar las cuales los fariseos no están dispuestos a mover ni un dedo (Mt 23, 4). 

La Palabra de Dios te acoge, te incluye; la del Papa te rechaza, te excluye, contra los planes del Señor, que en tiempos apostólicos decidió que no se inquietara con cargas absurdas a los cristianos procedentes de la gentilidad; y tú –para estos jerarcas- perteneces a la nueva gentilidad (Hech 15, 19), y eres por tanto objeto de la acogida y los desvelos de la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Cuando escuches los insultos homófobos del Papa, no te inquietes, no nos desvelemos, hermanas y hermanos. Hay que rezar por él, para que se convierta de su mentalidad homófoba, y Dios le conceda la salud. Rezar, también, para que no sea demasiado tarde para la iglesia católica.

Respondámosle con paz, y acogiendo en nuestro corazón la Buena Noticia que es Jesús, Evangelio para todos, sin distinción. Lo que Pedro dice de los gentiles, lo dice también de los hoy considerados gentiles por la jerarquía católica: tú, yo, las personas homosexuales. Es esta la palabra que es preciso acoger en el alma, para que dé fruto de alegría y caridad, y así nuestro gozo sea completo: 

“Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” (Hech 11, 17).

Al excluirte, al excluirnos, ¿no estarán estorbando a Dios?

Terminemos por hoy esta meditación, con la promesa del salmo 96, responsorial de la Eucaristía de ayer:

“Entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento” (Sal 96, 12). Todos.

A pesar del encuentro mundial de un-solo-tipo-de-familias, a pesar de los insultos que oiremos, hermanos, alegrémonos. Que nuestra alegría beligerante no pueda ser apagada. Bendita sea Dios.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario