lunes, 14 de septiembre de 2015

Tres Hombres, un destino




Un hombre cruel e infernal está sentenciado a muerte en una cárcel y decide divertirse antes de que llegue el final… Tomará a tres sujetos y los convertirá en sus putas. Uno será su hembra, otro será usado por sus compañeros de trabajo, el tercero descubrirá un fetiche que le hará delirar. De Cierta manera, y aunque es un relato maldito, este no parece tan feo a la larga. Disfrútenlo.




Listo para lo que salga.



Cae la tarde sobre los grises muros de la prisión, y en su celda, duchado, su cabello dentro de la gorra, con su braga naranja, un muy inquieto Daniel Pierce espera. Confuso y temeroso. Por muchas razones. ¿Qué pasó en la oficina del alcaide? ¿Por qué tembló así ante ese hombre? ¿Por qué deseaba que le tocara? Traga en seco, se dice que fue por algo que Read le dio a beber, o esas drogas que le obligaba a consumir y que tenían sus pectorales abultados y sus tetillas eternamente erectas y sensibles. Pero la verdad es que lo había deseado, sentirse… amado por ese hombre maduro, fuerte y gentil. Luego estuvo la llegada de Read. Demasiado oportuna. Se tensa cuando este aparece del otro lado de la reja (confirmándose que cuando se menta al Diablo, se presenta), esposado, el vigilante obeso, Adams, escoltándole. La reja se abre, el convicto entra y le quitan las esposas. Muy erguido en su cama, el rubio le mira.

-¿Te divertiste bastante con ese hombre, Tiffany? –le pregunta en voz clara, fuerte, dominante. Alta.

El hombre joven se encoge, inquieto por muchos motivos, uno de ellos es por los convictos de las celdas contrarias al pasillo que dejan de hablar o hacer lo que hacían, y les miran, especialmente aquel hombre maduro, negro y obeso, uno de quienes intentó violarle en las duchas y lo habría hecho si Rostov no aparecía.

-Yo… yo…

-Eres una putica caliente, ¿verdad? –ruge, silenciándole, Read, acercándose, atrapándole de los hombros, clavándole los dedos para que entienda que va en serio, que puede lastimarle, y le alza.- ¿Te besaste con él? ¿Dejaste que metiera su lengua en tu boca? –le exige saber, pero parece una actuación para el resto de los reclusos en el área, parte del plan que tiene en mente, momentáneamente interrumpido por el sujeto ese, Rostov.- ¿Besó y chupó tus tetas, Tiffany? –le pregunta procaz, soltándole los hombres, rudo, halándole el frente de la braga, separándola, apartándola de su torso esbelto de buenos pectorales de tetillas marrones claras, los ojos de todos los que miraban cayendo sobre ellas.- Sé lo sensibles que son tus pezones de nena caliente… -y con los dedos los atrapa, frotándolos, halándolos.

Daniel quiere resistirse al ataque, no entiende lo que pasa pero presiente un peligro real, fuera de que los otros reclusos miran, pero la manipulación de sus tetillas le provoca una poderosa ola de lujuria que le hace gemir y echar el torso hacia adelante, buscando más. Hay risas y señalamientos.

-Miren cómo se pone. –oye una voz.

-¡Qué puta! –tercia el hombre negro, mirándole con rabia y hambre, las manos aferradas a los barrotes

-No… por favor, así no… -gruñe Daniel, pero gime cuando Read se inclina y le clava los dientes en uno de los pezones, apretando suave, lengüeteándole, lamiendo y chupando como un chivito, cerrando los labios y succionando de la muy sensible piel cuyas terminaciones nerviosas han sido híper activadas con fármacos. Daniel no puede hacer otra cosa que estremecerse y gemir, esa boca, ruidosa, succionando, salivándole encima, le controla totalmente. Todos los ojos clavados en él.

Read ha decidido que es hora de que los lobos vayan por su nena, y la ofrecerá como un delicioso platillo. Tiffany estaba a punto de caer.

-¿Te comió las tetas así? ¿Chupó de ellas ese hombre con el cual te revolcabas como una ninfómana incapaz de saciarte? ¿Cuántas vergas necesitas mamar al día, Tiffany? ¿Cuánta leche puedes beber? ¿Cuándo güevos tienen que llenar tu coño dulce, suave, afeitado y perfumado para que deje de tener hambre? ¿Cuántos hombres necesita una putita como tú para ser feliz? –le pregunta mientras chupa de una tetilla a la otra, quitándole la braga naranja del uniforme que baja por sus hombros y caderas, dejando al descubierto lo único que le permite llevar, una diminuta tanga tipo hilo dental roja intensa, y esos hombres casi quieren arrancar las rejas para llegarle. Gritando, salivando como animales.

Read les enloquecía para lo que luego vendría.

El rubio cierra los ojos, boca muy abierta, las grandes manos recorriendo su cuerpo despiertan reacciones que no entiende, pero muy reales y poderosas, la boca sobre sus pezones, succionando ruidosamente, le robaba toda idea; tan sólo era consciente de las oleadas de lujuria que subían y bajaban por todo su ser. Escuchar a esos sujetos jadear desde las celdas vecinas, gritar lanzándole insultos sobre lo puta que es, le avergüenza, pero… su verga, imposiblemente dura dentro de la tanga de mujer, tiembla y babea de una manera totalmente deliciosa. Un pulgar se frota de su rojo y húmedo labio inferior, y lo lame, no sabe de dónde le sale hacerlo, pero lo hace, su lengua lo recorre en medio de las risas. Lo cubre con sus labios y chupa, lo muerde levemente, oyendo más risas, incrementándose los jadeos sobre lo zorra que es. Pero no puede importarle menos, no en esos momentos cuando mama el dedo del hombre que le ha hecho todo eso. Succiona con fuerza. Y jadea sin sacarlo, cuando el aliento del otro le baña la cara.

-Estás tan hambrienta de güevos, Tiffany… -y el rubio abre los ojos, mirándole, enorme, velludo, cruel, ojos llameantes. Le ve bajar la mirada, le imita y allí estaba, cerca de él, la verga amoratada del peligroso convicto, llena de sangre y ganas, una que arranca algunas exclamaciones a los mirones, por el tamaño y el que se la hubiera sacado así.- Alimentante, pequeña puta infiel.

Una de las manos del oso se posa con fuerza sobre un hombro de rubio y le obliga a caer sobre sus rodillas, todos conteniendo el aliento, ojos prominentes, bocas abiertas y secas. Ven la espalda del rubio, ancha en los hombros, la cintura estrecha, las lisas nalgas redondas abiertas, el hilo dental cubriéndole apenas la raja del culo, la mano de Read en su gorra, soltándole el sedoso cabello de oro que se desparrama, los dedos velludos del sujeto enredándose en ellos y obligándole a caer sobre su verga enorme y amoratadas. Todos lanzan un graznido cuando los rojos y sensuales labios de Daniel chocan de la amoratada pieza, la cual tiene que tragar cuando la mano le empuja por la nuca. Los labios recorren más de medio tolete, la increíblemente erótica visión de un tío comiéndole el güevo a otro, y todos desean que Tiffany les mamara a ellos. La boca, por obra de esa mano, va y viene sobre el nervudo palo, dejándolo brillante de saliva.

-Ahhh, si, nena, eres tan buena mamando güevo que casi te perdono lo puta que eres. –le dice Read, mirando hacia la otra celda, donde los hombres del pasillo contrario les observan con el máximo de morbo y obsesión.

Muchos de esos ojos hambrientos recorren el culo de Daniel, deseando poder tocarlo, sobarlo, apartar el hilo y enterrarle los dedos, la verga (incluso una lengua) dentro. Pero otros, la mayoría, ven su bonito rostro mientras va y viene, por su cuenta, como si no lo notara, tan sólo disfrutando de mamar a un hombre, cuando la ruda mano le suelta el cabello apartándole mechones rubios de la cara para que todos le vean chupar con ganas.

Se dejan escuchar los gruñidos bajos de puta caliente, qué puta, quiero a esa puta, pero todos están oscuramente fascinados con el rubio en pantaleta que mamaba de aquella manera ese güevo, casi tragándolo todo, como necesitándolo, cerrando los ojos, sus mejillas muy rojas, para retroceder, besar y chupar del ojete en el glande.

-Eso es, Tiffany, trágatela así, chúpamela toda, pequeña puta. Sólo tú sabes ordeñar una verga de esta manera. –le gruñe Read, pero más que para Daniel, lo decía para el resto, mirando con desafío al hombre negro que estuvo a punto de violarle la vez pasada en las duchas.

Pero por ahora sonríe, sintiendo rico la presión de esa boquita que decididamente le apretaba, halaba y succionaba. Tiffany le había encontrado el sabor a los güevos, era algo con lo que tendría que vivir de ahora en adelante. Del chico que conoció apenas unas semanas atrás, el joven y altanero estafador financiero, mujeriego y conquistador, ya no quedaba nada. Le había llevado tiempo de práctica pero ya no sólo lamía vergas por deber, ahora las mamaba saboreando cada latido, cada espasmo, cada gota de ardiente licor que lograba robarle. Sonriendo ve como traga más y más, sin que se le ordene o le guie, tan sólo su garganta deformándose al alojarla.

-Eso es, Tiffany, déjate llevar, pequeña. Siéntelo, vívelo… muéstrate como la ardiente puta que eres. –le gruñe, sonriendo terrible.

Y mirándole a los ojos, realmente entregado en esos momentos, transfigurado, trastornado, todos pendientes de lo que hace, el hombre rubio inhala y traga más y más de esa barra, toda, resollándole en los pelos, aspirando su olor fuerte a hombre, mientras eleva las manos y acaricia el vientre abultado y velludo de aquel macho cabrío, y todos dejaban escapar un gemido. ¡Lo estaba haciendo! Read le sonríe, luego mirando a los otros.

-Eres tan caliente, nena… -le dice, inclinándose sobre él, atrapándole entre su vientre y pelvis, acariciándole la espalda. Todos miran, erizados, mientras la mano grande, velluda y bronceada recorre la cremosa y suave piel del rubio, hasta llegar a sus nalgas, los dedos recorriéndole la raja, sobándole una y otra vez, sabiendo que todos deseaban hacerle aquello al rubio, deteniéndose finalmente sobre la tela, en la entrada del culo, todos observando con ojos vidriosos, deseando tumbar esas rejas y caerle encima a la perra y partirle el culo a fuerza de güevos.- Dios, Tiffany, tienes tu coño tan caliente… -mete un dedo debajo de la tela, apartándola un poco, y calva un dedo en el lampiño, rojo y glorioso agujero, casi logrando que esos sujetos mojen sus ropas.- …Y lo tienes tan mojado, putica. Se nota que tu coño quiere, que pide, no, que exige lo suyo… -y el dedo hurga, entra y frota. Daniel se tensa con ojos desenfocados, mareados, la boca deformada por la verga del reo, los otros presos casi histéricos.- ¿Qué puedo hacer contigo, pequeña?

-¡Cógela! ¡Cógela como la puta que es! –gritaban algunos, y esas voces, ese fuego de lujuria obscena y sucia hizo ronronear a Daniel, que se estremecía y tensaba con aquel güevo en su boca, el dedo agitándose en su culo y todos mirándole.

……

Jeffrey Spencer prácticamente temblaba sobre la silla frente a su escritorio, en su oficina del bufete, mientras sentía el cuello acalambrado. Estaba convencido de que convulsionaria o tendría un infarto antes de los treinta. No sabía cómo había ocurrido, pero al ir a los tribunales a apelar en el caso de Robert Read, alguien se había enterado y comenzó un circo de preguntas sobre qué pretendía su firma legal, sí es que pensaban dejar en libertad a un monstruo como ese. Así de malo había sido el juicio y sus detalles. Que respondiera, algo cohibido, que eran asuntos de su cliente y que como abogado los atendía, no les calmó. ¿Lo peor de todo, aun más que tener que hacer algo por ese ente?, que al llegar a la oficina prácticamente le aplaudieron, convencidos de que “lo lograría”, salvarle la vida, y quien sabía si no hasta liberarle. Su suegro fue especialmente desagradable en sus alabanzas a “este yerno que me ha resultado tan aventajado legalmente hablando”. Él, que siempre le creyó una basura inútil que se pegó a la suela de los zapatos de su hija.

¿Cómo podían estar tan felices?, ¿no entendían lo peligroso que era Robert Read? Otros podrían engañarse, incluso mantener una duda razonable sobre el carácter del sujeto, pero en la firma si le conocían. Hay unos toques a su puerta y esta se abre. Con los ojos cerrados, responde seco.

-Dije que no quería ver a nadie, Jodie. –responde sin moverse ni abrir los ojos.

-Convencí a tu asistente de que no te molestaría. –la voz, profunda, masculina, con un deje de diversión, le estremece y obliga a abrir los ojos. Owen Selby.- Te ves fatal, abogado.

-Así me siento. Pero tú no pareces mucho mejor. –no puede evitar sentir como su rostro se relaja en una sonrisa, señalándole una silla frente a él. Mentía, aunque preocupado, aquel hombre se veía… magnifico, reconoce con un estremecimiento culpable. O lo recordaba así, sin los anteojos su mundo era algo difuso.

-Así me siento. –repite la respuesta tomando asiento, sonriéndole, mirándole fijamente, con curiosidad, tensándole.

-¿Qué?

-Te ves bien, aquí. El joven y prometedor abogado, idealista, listo y guapo. Para ser blanco, claro. –parece algo azorado al final, y por fin Jeffrey rompe en una sonrisa.

-Cuidado, detective, voy a creer que le gusto.

-¿Sería muy extraño? –hay una nota de diversión, pero también de interés.

-Nadie quiere a los abogados. O a los médicos abortistas, así les utilicen. –el otro echa la cabeza hacia atrás y ríe. El sonido hace sonreír más al abogado, sintiéndose tontamente orgulloso de haber logrado divertirle.

-Te quedas hasta tarde. Y tu asistente. Cuanta lealtad la de esa chica. Bonita, por cierto. –comenta y frunce el ceño con malicia.

-Por Dios, esa joven mujer es una vampiresa que gusta de los marines, no pueden con ella. Soy demasiado blando para ella. –se miran y se tensa otra vez.- Fui a la corte. Interpuse lo que tengo, y aunque creo que a nadie le gustó, y que muchos me odian por ayudar a ese sujeto, creo que… -toma aire, abatido.- …Que el recurso puede prosperar. Se planteará una duda, y Robert Read podrá exponer nuevamente su caso. Como dice él, sin proteger a nadie esta vez. –Owen, ceñudo, asiente.- Te citarán. Querrán saber…

-¿Por qué no investigué más a Marie Gibson? –le mira con interés.- ¿Piensas que fui negligente?

-No. Creo que Read deseaba que se pensara una cosa en ese momento, ahora quiere otra. –se frota entre los ojos.- Dios, Owen… -y su nombre en la boca del otro, pronunciado tan a la ligera provoca escalofríos en la espina del detective.- …No puedo dejar de sentir que ese hombre infame juega con todos nosotros. ¿O me estoy engañando? ¿Su… apariencia me predispone tanto en su contra que pierdo el norte? –plantea el asunto, frente fruncida, medio ladeando un hombro, el cuello tenso.

-No, es una pila de mierda. –se pone de pie, intrigándole.- Hoy supe cosas que de haberlas escuchado antes, me habrían hecho dispararle cuando fui detenerle. En un pie o una mano. Ese hombre es un sucio. –va tras la silla del abogado.

-¿Qué haces?

-Quieto. –le ordena suavemente, llevando las oscuras manos grandes al cuello blanco, bajo el cabello castaño, hundiendo los pulgares en el centro, los dedos rodeando bajo el mentón. Oprime. El gemido de incomodidad y dolor del otro pronto se transforma en un leve ronroneo cuando las puntas de los pulgares frotan circularmente, sin moverse del mismo lugar.- Estás muy tenso.

-Esta mierda de caso me tiene mal. –responde Jeffrey, luchando por no cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, por no ronronear aún más, esperando que el otro malinterprete su cuello enrojecido de pronto, erizado con piel de gallina.

-Necesitas relajarte, abogado. –Owen, ojos oscuros, baja el rostro, ignorando que aspira mientras lo hace, pero Jeffrey si lo nota y casi tiembla. La manipulación de su cuello es un dulce tortura a muchos niveles; una que envía señales a su bajo vientre.

-¿Cómo cuando fui a ese bar y me drogaron? –y medio ríen. Golpean a la puerta y los dos hombres se tensan. Owen le suelta como si se quemara de pronto. La puerta se abre y la bonita asistente, pelirroja y pecosa, asoma el rostro.

-Terminé de transcribir los alegatos, doctor. ¿Necesita algo más?

-No, Jodie, puedes retirarte. Gracias. –se siente y teme verse culpable. Más cuando ella mira, a sus espaldas, al detective.

-Su esposa le llama por la línea dos. –sonríe, se despide y sale.

A la mirada de Owen Selby no escapa que el abogado se tensa otra vez, que su aire ligero vuelve a enrarecerse. Le ve mirar el teléfono y tomarlo con mano indecisa, levantándolo y colgando inmediatamente.

-Ya… ya hablaré con ella. –se defiende, colocándose los anteojos y mirándole. Owen asiente. Se ha perdido el momento, piensan.

-El día ha sido largo. –comenta al pasar, el detective, dirigiéndose a la silla donde dejó su chaqueta, sintiendo sobre sí la mirada del abogado.- Mañana no será mejor.

-Descansa. –sonríe Jeffrey, sintiéndose vacío de pronto. Solitario. Se miran. Owen duda en marcharse.

-Oye, entiendo que estás cansado, y que tu esposa te llamó, pero… ¿no te gustaría… cenar conmigo? –pide, voz ronca y baja, una segunda invitación, algo sensual nadando en ella. Y Jeffrey duda, sus ojos se abren mucho, sus labios no articulan palabras.- No te preocupes, no tienes que aceptar si no…

-¡Quiero ir! –replica rápidamente.- Acepto cenar contigo. –sonríe como tonto mientras se pone patosamente de pie.

Y Owen sonríe y se ve exactamente igual.

……

Lo que ocurre contra la reja de una prisión de máxima seguridad, entre un condenado a muerte y su “chica”, frente a un público delirante y enloquecido, no tiene parangón. Con las manos cerradas alrededor de unos barrotes, de frente a la reja, con los pies montados sobre una de las barras horizontales bajas, Daniel Pierce es cogido violentamente por Robert Read, quien está a sus espaldas, desnudo del peludo pecho hacia arriba, con sus manos grandes de velludos dedos alrededor de la cintura del rubio lampiño.

Los hombres, todos esos delincuentes de las celdas de enfrente, y aquellos que con espejos miraban desde los lados, tiene sus vergas afuera y se masturban; y a Daniel, mientras es enculado ininterrumpidamente, le parece que el olor de todos esos líquidos le llegan, que el calor de todos esos miembros duros le alcanzan. Todo su cuerpo está tenso, se sostiene con fuerza mientras el güevo a sus espaldas va y viene, abriéndole y llenándole una y otra vez el lampiño culo, con la tira del hilo dental a un lado. Read era un semental fuerte, brioso, su verga quemaba, mojaba y pulsaba de una manera que tenía las paredes de su recto totalmente en fuego. El hombre rubio se sabe perdido, ya no podría negarle a todos esos sujetos que era… el puto del peligroso convicto, no cuando le ven agitarse, sostenerse en su sitio pero subiendo y bajando un poco las caderas, buscando el grueso tolete que le penetraba golpeándole la próstata, o por los gemidos que escapaban de su boca.

-Eso es, Tiffany, mueve tu coño así, atrapa la verga de tu hombre y ordéñala con esas ganas de hembra maluca y puta. –le gruñe Read, acercándose a una de sus orejas.- Abre los ojos, bebé, mira a los hombres que te desean. –le ordena, y Daniel se tensa cuando lo hace, todos esos sujetos gritándole cosas, estirando desesperadamente las manos para alcanzarle, todos esos güevos babeantes que son masturbados.- ¿Los ves, Tiffany? Los tienes locos, pequeña zorra dorada. Comprobar lo puta que eres, lo sucia que eres, les enloquece. Si pudieran llegar a ti tendrías todos los güevos que deseas llenando tu boca y tu coño toda la noche, toda tu vida. –casi parece ofrecerle, metiéndosela toda, gozando los salvajes espasmos que ese culo le daba.

-¡Sabía que eres una puta! –le ruge desde la celda contraria, el hombre de color que intentó violarle, Morgan algo.

-Debería estar molesto contigo por traicionarme entregándote a otro hombre, Tiffany, pero debo entender tu naturaleza… -le cepilla otra vez la pepa del culo, con fuerza y rapidez, recorriéndole el torso y vientre con sus manos grandes, llegando a sus tetillas y apretándolas, sonriendo al oírle gemir con abandono y lujuria, todos notándolo.- Naciste para ser cogida por los hombres. Todo hombre que te encuentres por el camino lo sabrá, que eres una boca golosa de semen, un coño hambriento de güevo y esperma…

Daniel casi pierde el agarre de los barrotes, estremecido como está, oyéndole, mareado, subiendo y bajando su culo sobre la gruesa verga del sujeto, ganándose cada vez más miradas, inultos y pedidos de amor de los otros reclusos. Sus tetillas arden, su propio tolete, cubierto por la telita que lo frota y frota cuando va y viene, así como la fricción contra su recto y los golpes contra la próstata lo hacen correrse, sin tocarse, gritando, bañando la pantaletica, mojándola tanto que gotea, todos riendo frenéticos, casi dementes (esa noche habrían muchas violaciones). Y cuando está así, delirando por el orgasmo, un fuerte brazo de Read le rodea la cintura, sosteniéndole mientras sigue cogiéndole. Los labios están más cerca de su oreja cuando le susurra algo que los otros no escuchan.

-Sucio maricón, sabía que terminarías así. ¿Lo ves?, no eres un hombre, nunca lo fuiste; te engañabas y engañabas al mundo haciéndote pasar por un tío, pero sólo eres un sucio mamagüevo, un culo listo para ser llenado por los hombres de verdad. Y aquí lo vivirás, puto. Todos esos hombres van a tenerte, te poseerán, uno tras otro, una verga dura tras otra. –y ríe, casi haciendo gemir a Daniel, de horror pero también de lujuria.- ¡Y lo vas a disfrutar tanto, maricón! Todos esos machos para ti. –y se la clava hondo, corriéndose, llenándole de semen.

Y sentirla estallar y bañar sus entrañas hace que el rubio lloriquee de emoción, la prueba que todos necesitan para convencerse de que es una grandísima puta urgida de hombres. Una idea que quemaba cada cerebro del pabellón. Cada uno sintiéndose con derecho a tomar a esa perra caliente.

……

La mañana encuentra a todos los reos frustrados y molestos en el pabellón de alta peligrosidad. La escena sexual que les inflamó les había alterado; cada quien lo desahogó a su manera, pero no había sido suficiente. Uno de los más molestos era Morgan White, el violento convicto de color encarcelado por múltiples atracos a mano armada. El hombre, enfurruñado con el mundo, y contra el mundo, barre un solitario patio desierto. Generalmente estaba en el taller mecánico pero esa mañana le había llevado ahí. No lo entiende pero…

-Así que tú andas velando lo mío… –la voz a sus espaldas le tensa y le eriza los pelillos tras su nuca rapada. Se vuelve aferrando el mango de la escoba como un arma. Robert Read le mira.

-Amigo, no quiero problemas contigo. –y ese hombre grande, maduro, fuerte y peligroso siente miedo. Había algo en Read, detectable por otros como él, que disparaba todas las alarmas. Muchos sospechaban lo que había ocurrido en realidad con aquel cholo que se metió con su puto.

-Cuando tocaste a Tiffany, te buscabas problemas conmigo. –le aclara el otro, disfrutando su intranquilidad. Alza las manos.- Pero tranquilo, no vengo a pelear por esa puta infiel; entiendo que se lo buscó, vivo vigilándola para que no se acueste con todos. La viste anoche, es una puta demasiado caliente para que un solo hombre la satisfaga. En verdad… -sonríe de manera torva.- …Ya quiero librarme de ella. Es tuya.

CONTINUARÁ…

Julio César.

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